domingo, 2 de noviembre de 2008

Pinturas rupestres a lomo de mula



La más grande e impresionante galería de pinturas de México se encuentra en la parte media de la Península de Baja California, donde las montañas albergan misteriosos murales rupestres de dimensiones descomunales. Una oportunidad de realizar un recorrido entrañablemente decimonónico. Por Luis Romo Cedano septiembre 2006 Tags: pinturas, rupestres, baja california Para ver estas pinturas hay que viajar a pie o en mula. No hay más. Y eso es lo encantador del asunto. Claro, antes hay que recorrer cientos o miles de kilómetros en automóvil, barco o avión para llegar al oasis de San Ignacio, justo en el centro de la larga Península de Baja California, dentro de la Reserva de la Biosfera del Vizcaíno: una sucesión de paisajes de fantasía (salinas, desiertos, volcanes, lagunas costeras) poblados por raras criaturas (berrendos, ballenas y millones de aves). En San Ignacio se gestionan los permisos, se reserva al guía y se compran las últimas provisiones antes de emprender el camino.
Las pinturas rupestres de Baja California se han encontrado en centenares de sitios dispersos sobre cuatro grandes serranías, de las cuales la más famosa —y la que ha obtenido el título nobiliario de Patrimonio de la Humanidad por parte de la Unesco— es la Sierra de San Francisco. En ella hay dos cañadas principales abiertas a visitas guiadas (la única manera de entrar a la zona): la del arroyo de Santa Teresa y la del arroyo del Parral, cada una con media docena de sitios de primer nivel con murales enormes.
Y es que el estilo de la zona —único en el mundo— se llama precisamente “gran mural” y entre sus convencionalismos están las figuras animales y humanas de tamaño natural o aun mayor. Es muy común también encontrar figuras antropomórficas bicoloreadas, divididas a lo largo, con una mitad pintada de negro y la otra de ocre. A veces aparecen genitales masculinos y en otros casos hay triángulos que sobresalen por debajo de las axilas y que en general son interpretados como senos.
En nuestro primer viaje optamos por la ruta del arroyo de Santa Teresa, la más famosa, a la que se llega a través del pueblo de San Francisco de la Sierra, distante unos 90 kilómetros de San Ignacio. Ahí nos presentamos con don José de Jesús, nuestro guía. A partir de ese momento el mundo cambió radicalmente. Nos despedimos del automóvil y demás tecnología de los últimos cien años, y tomamos nuestras cabalgaduras: mulas para nosotros y burros para la carga. El convoy iba precedido por la caponera, o sea, una burrita mansa con una campana al cuello a la que las demás “bestias” siempre seguían.
Fue un poco incómodo, sobre todo en la noche, luego de unas seis horas de cabalgata (escasos 15 o 25 kilómetros). Don José comentaba que hay quienes prefieren hacer todo el trayecto a pie. Sin embargo, la experiencia de vivir los viajes como eran antes del ferrocarril es difícil de encontrarla en otras partes. Aparte, la cabalgata no es tan agotadora como parece. Cualquier persona con una condición física media la sobrevive alegremente, y el entorno le hace a uno olvidar cualquier molestia.
La de San Francisco no es la sierra estereotipada de los libros de geografía con picos como los de un serrucho, sino más bien un grueso macizo con alturas de casi mil 500 metros sobre el llano del desierto del Vizcaíno. En su parte media está surcado por barrancas laberínticas y todo está poblado de hermosos cardones (el cactus emblemático de los desiertos norteamericanos), uno que otro cirio (un extraño árbol endémico de un solo tronco y carente de ramas), biznagas y matorrales de desierto. Cuando llegamos a una cima tuvimos el espectáculo sobrecogedor de la cañada del arroyo de Santa Teresa: unos 700 metros de profundidad y allá abajo la inesperada estampa de decenas de palmeras en torno al espejo resplandeciente del arroyo. Inútil decir que al descender por las angostas veredas de esta cañada, mientras las piedras caían rodando al precipicio, le tomamos intenso cariño a nuestras respectivas mulas. Olvídense del Hummer, las mulas son en definitiva el genuino vehículo todo terreno.
Establecimos un sencillo campamento junto a un remanso del arroyo con agua cristalina. Don José de Jesús le dio descanso a las monturas y luego enfilamos a pie hacia la primera “cueva”, justo en donde el cañón de San Julio desemboca en el de Santa Teresa. El término “cuevas” es bastante equívoco, si bien ha sido consagrado por el uso. Suelen ser más bien concavidades poco profundas sobre los muros casi verticales de las barrancas. Por eso es tan notable que los murales se hayan conservado tantos siglos y milenios. Los pigmentos utilizados en estas pinturas fueron hechos a base de materiales casi siempre minerales. Al parecer el ocre, el rojo, el negro y el amarillo provienen de diversos óxidos minerales de origen volcánico que se encuentran en la región. Y el blanco es cal, proveniente de piedra caliza de la zona que fue quemada.
En la cueva de la Boca de San Julio tuvimos la primera impresión de las pinturas rupestres: conejos corriendo en una serie que parecía imitar los cuadros de una película; coyotes, venados y “monos” (como la gente del lugar llama a lo que los antropólogos denominan figuras antropomórficas). Luego, al otro lado del cañón, visitamos la llamada Cueva de los Músicos, donde sobre el dibujo de una retícula de color blanco que hace recordar un andamio (o una partitura, de ahí su nombre), hay varias figuras antropomórficas de poco menos de un metro de alto.
Era demasiado tarde para proseguir. Pero la noche fue doblemente espléndida, tanto por el cielo intensamente estrellado (Baja California es la región con menos días nublados en América del Norte: en las costas del Golfo de California, por ejemplo, se presenta la menor incidencia de precipitación pluvial del país, con registros medios anuales cercanos a los 40 mm), como por la tranquila compañía de don José de Jesús. Al igual que la mayoría de los rancheros de la sierra, él se apellida Arce. Parece ser que todos ellos son descendientes de un soldado con este apellido que en el siglo xviii llegó a Baja California como escolta de los misioneros. En pocas ocasiones tiene uno la oportunidad de convivir en México con gente de origen criollo cuya cultura se ha modificado tan poco a lo largo de los últimos 200 años.
Don Jesús es amable, pero no habla más de lo necesario. De vez en cuando, a alguna pregunta nuestra, nos señalaba alguna constelación o nos platicaba sobre los animales y la geografía del rumbo, pero no hacía aspavientos de más. A sus cuarenta o cincuenta y tantos años es un vaquero consumado; sus magníficas chaparreras, las sillas de montar o las teguas (calzado de cuero de fabricación artesanal), fabricados como se fabricaban en tiempos de la Independencia, podrían lucir en un museo, pero para él son utensilios de uso cotidiano. Su rudeza y su austeridad no le impidieron aceptar de nosotros un poco de un tequila que destapamos en el campamento. Más tarde él compartiría con nosotros frijoles y unas espléndidas tortillas de harina de trigo, el alimento esencial del mundo criollo del norte de México.
OBRA DE GIGANTESAl día siguiente visitamos los sitios principales de la cañada. Arroyo arriba encontramos el corazón del conjunto de pinturas rupestres de Baja California: la Cueva Pintada. Se trata de un gigantesco mural de más de 150 metros de largo con centenares de figuras que con frecuencia aparecen encimadas unas sobre otras. Infinidad de aves, mamíferos terrestres y marinos aparecen ahí, lo mismo que incontables figuras humanas con las manos siempre levantadas. Algunas de ellas parecen tener tocados o penachos; otras puede que representen mujeres, por los senos en forma de pequeños triángulos. Quizá no sea la más delicada obra de los antiguos pintores californianos, pero uno se queda petrificado al ver las dimensiones, tanto de cada figura (en escala real o mayor), como del conjunto mismo.
Además muchas de estas pinturas que se encuentran en paredes inaccesibles por su altura. Necesariamente los pintores tuvieron que haber usado andamios, igual que Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. La posibilidad de construcción de andamios con los materiales naturales de la zona fue demostrada en 1978 por un grupo de investigadores estadounidenses y mexicanos que armaron un andamio de 13 metros de altura con troncos de palma de taco, ramas de mezquite verde y esqueletos de cardón. Con esto quedó aclarado parte del misterio, pero no todo: habiendo tantas otras paredes tan accesibles, ¿por qué con tanta frecuencia eligieron paredes altas?
La Pintada cuenta ahora con andamios, de modo que es fácil moverse enfrente de ella sin tocar las pinturas. Una cédula colocada ahí por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) señala que la antigüedad de esas pinturas es de 10 mil años. En realidad, no se sabe con precisión cuándo se hicieron ni quiénes fueron sus autores. Parece ser que esta tradición pictórica se mantuvo viva durante milenios, quizás hasta el momento mismo de los primeros contactos con la civilización occidental en el siglo xviii. Y las abundantes pinturas de animales flechados dejan claro que sus autores debieron ser cazadores-recolectores nómadas. Cuando en el siglo xviii los misioneros jesuitas hicieron esta pregunta a los indios de la zona, éstos respondieron que los murales habían sido hechos por “gigantes”, tan grandes incluso que pintaban recostados en el suelo. Y que tales gigantes habían muerto en batallas sangrientas a manos unos de otros mucho tiempo atrás, según relata a fines del siglo xviii el padre Miguel del Barco en su Historia Natural y Crónica de la Antigua California.
A unos cuantos cientos de metros al sur de La Pintada, pero en un cañón subsidiario, está la Cueva de la Soledad. Ostenta grandes figuras humanas de unos tres metros de alto, junto a las que hay figuras de aves. También están algunas extrañas figuras abstractas. Pero es frente a la Cueva Pintada donde está el más dramático y, para mi gusto, el más acabado mural de esta cañada: la Cueva de las Flechas. Muestra un conjunto de figuras humanas —con penachos y manos alzadas— pero atravesadas por flechas.
Con este toque de violencia terminó el segundo día del recorrido. El tercero fue ya el trayecto de vuelta a San Francisco de la Sierra, y desde ahí el retorno a nuestro mundo, lejos, muy lejos del mundo de los pintores y aun del mundo duro y amable de don Jesús y de los rancheros de la sierra.
GUÍA PRÁCTICALos permisos de visita se gestionan en el Instituto Nacional de Antropología e Historia en el Museo de San Ignacio, Baja California Sur, junto a la iglesia. Es muy recomendable hablar antes y verificar la disponibilidad de guías para las fechas en que se pretende viajar (T. 52 (615) 154 0222). Al rumbo se puede ir en cualquier temporada del año, pero en el verano los calores son muy fuertes (temperaturas diarias por arriba de los 40°C) y en el invierno, por ser temporada de ballenas, hay muchos viajeros.
Los recorridos tienen una duración mínima de tres días, lo que significa acampar dos noches. Es preciso contratar un guía que cobra 180 pesos diarios. Las “bestias” son optativas, pero lo usual y recomendable es llevar una mula para la persona y un burro para la carga. Cada bestia se alquila en 140 pesos diarios. Es decir, dos personas pagarán por el guía y el alquiler de los animales 2220 pesos por la excursión completa. No está permitido hacer fogatas en la sierra; procure llevar una hornilla de gas o alcohol.
También puede contactar a las agencias de viaje de la zona, que se encargan de toda esta logística: Laguna Tours (Blvd. Emiliano Zapata s/n, Guerrero Negro; T. 52 (615) 157 0050; http://www.bajalaguna.com/), Eco-Tours Malarrimo (Blvd. Emiliano Zapata s/n, Guerrero Negro; T. 52 (615) 157 0100; http://www.malarrimo.com/), Kuyimá Servicios Ecoturísticos (Domicilio conocido, San Ignacio; T. 52 (615) 154 0070) y Cantil Rey Laguna (Hidalgo 5, Centro, San Ignacio; T. 52 (615) 154 0133 y 154 0190).
A San Ignacio es preciso llegar en automóvil (a menos que uno tenga su propia avioneta y aterrice en la pista del pueblo). Se puede volar a Tijuana y desde ahí recorrer los cerca de 800 kilómetros al pueblo, o bien a La Paz y desde ahí cubrir los 500 kilómetros de distancia. Lo más cercano en cuanto a vuelos comerciales es Guerrero Negro, Baja California Sur, que está 155 kilómetros al noroeste de San Ignacio. Aerolitoral vuela hasta ahí desde Hermosillo, Sonora, y ésta es una ciudad muy bien atendida por otras líneas comerciales.

Pinturas Rupestres: El secreto mejor guardado del desierto de Baja California



Baja California Sur, fascinante región compuesta de incontables y majestuosos paisajes, entre los cuales encontramos espectaculares desiertos de profundos cañones y extensas mesetas que conservan intactas, valiosas evidencias de una larga historia de colonización y supervivencia.
Aridoamérica, celosa protectora que aún resguarda entre sus cuevas, monumentales y coloridas pinturas rupestres, hermosos vestigios arqueológicos que relatan historias sobre antiguas sociedades compuestas por valientes guerreros, cazadores, pescadores y recolectores seminómadas; poblaciones abundantes que dominaban el arco, la flecha y los bumeranes. A todo lo largo de la Península Californiana, se han encontrado más de 200 sitios en donde yacen invaluables pinturas rupestres que representan en su gran mayoría figuras humanas (antropomorfas), pero también se pueden observar animales marinos como mantarayas, peces, lobos marinos y ballenas. A su vez, encontramos entre ellas, animales terrestres como venados, borregos cimarrones, serpientes, liebres y leones de montaña. Generalmente estas figuras son de trazo simple, matizadas con colores rojo, negro y amarillo principalmente.
Observando cuidadosamente estas impresionantes obras de arte de miles de años de antigüedad, resulta obvio descubrir que sus creadores plasmaron su entorno en ellas, reconociendo la importancia de la naturaleza para su subsistencia y bienestar como pueblo, un concepto que, desafortunadamente, la sociedad actual olvida con bastante frecuencia.
Hoy día, apartados territorios localizados a las afueras de poblaciones como Mulegé, Santa Rosalía, Loreto, La Paz y Todos Santos, son testigos silenciosos de una historia que empezó a escribirse hace más de 8,000 años, lo cual nos habla de que probablemente éste, es uno de los pueblos más antiguos del continente, origen de tribus posteriores como: los Pericues, Cochimíes y Guaycuras. Es por eso que estas hermosas pinturas rupestres constituyen una herencia cultural de suma importancia ya que dan muestras de presencia humana en Baja California mucho antes de lo que se pensaba.
Desgraciadamente aún se sabe muy poco sobre estas fascinantes obras, ya que hace apenas 20 años comenzaron a ser estudiadas de forma sistemática. Sin embargo, sabemos que se encuentran distribuidas a lo largo de 12 mil kilómetros cuadrados en la región central de la Península Californiana, y su epicentro se encuentra en la Sierra de San Francisco, mismo que cuenta con cañones que albergan el complejo de pinturas rupestres considerado como uno de los más grandes y enigmáticos del mundo, por lo cual ha sido declarado por la UNESCO como patrimonio de la humanidad. Cabe señalar que únicamente en Australia se han encontrado pinturas rupestres con características similares a las de Baja California Sur.
Por recomendación del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), los sitios arqueológicos abiertos al público deben ser visitados únicamente con la compañía de un guía autorizado. Uno de los lugares más recomendables para conocer es definitivamente la Sierra de San Francisco, en donde se puede realizar un recorrido a tres impresionantes cavernas que son: La Cueva del Ratón, La Cueva Pintada y La Cueva de las Flechas.
Visitar estas enigmáticas cuevas, es ponerse en contacto con un mundo y un pueblo que nunca morirán, ya que nos han dejado inscrito en piedra un legado indestructible de historia y cultura. Cuando visite Los Cabos, no deje pasar la oportunidad de venir a descubrir el secreto mejor guardado de la Península Californiana.

Pinturas rupestres halladas en la Cueva San Borjita, en BC, las más antiguas de América



Al internarse en las cuevasse ve el colorido de laspinturas rupestres creadashace miles de años Foto: Cortesía mybajaguide.com Ciudad de México.- 22 de Mayo del 2008.- Las pinturas rupestres halladas en la Cueva San Borjita, en Baja California Sur, podrían representar el ejemplo más antiguo de este tipo de manifestaciones plásticas producidas por el hombre prehistórico, que se haya datado hasta el momento en América. Lo anterior lo refiere el resultado obtenido recientemente por análisis de fechamiento, que arroja una antigüedad de siete mil 500 años. Para corroborar lo anterior, especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) actualmente llevan a cabo un proceso de validación de 60 muestras de los aglutinantes de los pigmentos, que fueron analizadas por el método de radiocarbono. Con este estudio se podrá ampliar la incipiente cronología que se conoce para el arte rupestre. La arqueóloga María de la Luz Gutiérrez, responsable de esta investigación científica, dio a conocer que de corroborarse la antigüedad de siete mil 500 años antes del presente, no sólo se modificarían las interpretaciones y discrepancias en torno a las primeras fechas que ya se habían obtenido para el arte rupestre. Donde la más antigua apuntaba a cuatro mil 900 años, sino que aportará valiosa información sobre el proceso de producción de estas obras de los pueblos pretéritos que habitaron la región. Las muestras fueron tomadas de diversos paneles de las pinturas rupestres que se albergan en abrigos rocosos de las cuatro sierras de Baja California Sur, San Francisco, San Jorge, San Juan y Guadalupe, mismas que fueron analizadas bajo el sistema de Aceleración de Espectrometría de Masa, en el Rafter Radiocarbono Laboratory de Nueva Zelanda. "En estos momentos estamos realizando la validación de fechas, y esta labor implica además correlacionar cada uno de los 60 resultados con la pintura correspondiente, porque se evidenció que hay sobreposición de imágenes", detalló al especialista. Comentó que de las fechas obtenidas destaca la del sitio Cueva San Borjita, donde fueron pintadas más de 90 imágenes de gran tamaño, y que arroja una antigüedad de siete mil 500 años antes del presente, es decir que fueron creadas hacia el 5400 a.C. Tras señalar que hasta el momento las sierras más investigadas son las de San Francisco y Guadalupe, donde se han registrado cerca de mil 150 sitios con manifestaciones rupestres, la investigadora precisó que paralelamente a los fechamientos, se efectúa la clasificación de las pinturas del estilo Gran Mural. En los años sesenta, cuando se inició el estudio de estos murales prehistóricos, se identificaron cinco sub estilos de Gran Mural, esto de acuerdo con sus principales características.

Sierra de San Francisco



Las pinturas rupestres más antiguas de AméricaPor: Agencias/ México, DF.El INAH examina los pigmentos para determinar edad de las piezas mexicanas de arte rupestre.

Las pinturas rupestres de la Cueva San Borjita, en Baja California Sur, podrían representar el ejemplo más antiguo de este tipo de manifestaciones plásticas producidas por el hombre prehistórico.
Las pinturas rupestres halladas en la Cueva San Borjita, en Baja California Sur, podrían representar el ejemplo más antiguo de este tipo de manifestaciones plásticas producidas por el hombre prehistórico, que se haya datado hasta el momento en América, como lo refiere el resultado obtenido recientemente por análisis de fechamiento, que arroja una antigüedad de 7,500 años.
Para corroborar lo anterior, especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) actualmente llevan a cabo un proceso de validación de 60 muestras de los aglutinantes de los pigmentos, que fueron analizadas por el método de radiocarbono. Con este estudio se podrá ampliar la incipiente cronología que se conoce para el arte rupestre.
La arqueóloga María de la Luz Gutiérrez, responsable de esta investigación científica, dio a conocer que de corroborarse la antigüedad de 7,500 años antes del presente, no sólo se modificarían las interpretaciones y discrepancias en torno a las primeras fechas que ya se habían obtenido para el arte rupestre, donde la más antigua apuntaba a cuatro mil 900 años, sino que aportará valiosa información sobre el proceso de producción de estas obras de los pueblos pretéritos que habitaron la región.
Las muestras Las muestras fueron tomadas de diversos páneles de las pinturas rupestres que se albergan en abrigos rocosos de las cuatro sierras de Baja California Sur, San Francisco, San Jorge, San Juan y Guadalupe, mismas que fueron analizadas bajo el sistema de Aceleración de Espectrometría de Masa, en el Rafter Radiocarbono Laboratory de Nueva Zelanda.
“En estos momentos estamos realizando la validación de fechas, y esta labor implica además correlacionar cada uno de los 60 resultados con la pintura correspondiente, porque se evidenció que hay sobreposición de imágenes”, detalló al especialista.
Durante su participación en el Primer Seminario de Investigación de Arte Rupestre México-Sudáfrica, organizado por el INAH, con la participación de expertos de ambas naciones, Gutiérrez comentó que de las fechas obtenidas destaca la del sitio Cueva San Borjita, donde fueron pintadas más de 90 imágenes de gran tamaño, y que arroja una antigüedad de 7,500 años antes del presente, es decir que fueron creadas hacia el 5400 a.C.
“Estos resultados son sorprendentes porque superan todas las expectativas al colocar la producción de esta tradición pictórica en una época tan remota”, destacó la arqueóloga del INAH, al recordar que en el año 2000, las fechas más antiguas que se tenían, corresponden a las pinturas de la cueva del Ratón, en la Sierra de San Francisco, con 4,900 años. “La confirmación de las fechas de San Borjita, en la Sierra de Guadalupe, será de gran relevancia porque permitirá determinar el momento en que comenzó a generarse la tradición de pintura rupestre de escalas considerables, conocida como estilo Gran Mural, porque llegan alcanzar hasta más de diez metros de altura”, destacó.
La sobreposición de imágenes y la escasa presencia de materiales arqueológicos asociados a los murales prehistóricos, han sido dos de las principales dificultades para fechar este tipo de manifestaciones rupestres. “Cuando tomamos las muestras, pensábamos que las figuras que estaban más abajo iban a ser las más antiguas, y las más superficiales, las más recientes”.
La sorpresa “La sorpresa es que no fue así, porque hay claras evidencias de que las pinturas eran repintadas. Quienes las crearon las retocaban en las partes desgastadas o las volvían a bosquejar en color blanco. Esto lo notamos principalmente en las imágenes alusivas a individuos, que posiblemente tuvieron un uso de veneración, porque tal vez remitían a sus ancestros o a figuras míticas”, abundó la arqueóloga Gutiérrez. Tras señalar que hasta el momento las sierras más investigadas son las de San Francisco y Guadalupe, donde se han registrado cerca de mil 150 sitios con manifestaciones rupestres, la investigadora precisó que paralelamente a los fechamientos, se efectúa la clasificación de las pinturas del estilo Gran Mural.
Especialistas del INAH se han dado a la tarea de indagar en el origen de los pigmentos, con la posibilidad de hallar los yacimientos de donde se obtuvieron. “Los colorantes son de naturaleza mineral, los rojos y amarillos provienen de óxidos de hierro, los negros de óxido de manganeso y el blanco es yeso”, abundó.
Las hipótesis señalan que los pintores pretéritos, molían los minerales y los mezclaban con agua y un aglutinante que se obtenía de la savia de una cactácea, sin que hasta el momento se haya podido determinar la especie. Sobre la forma en que los creadores pudieron haber dibujado en las partes más altas de las cuevas, la arqueóloga precisó que las teorías apuntan a que construyeron andamios con troncos de palmeras, cordeles y sogas de fibras vegetales.
“Inclusive hay indicios de que las hojas del maguey, por contar con mucha fibra, fueron usadas a modo de brochas. Hay pinturas en las que se notan las huellas de las cerdas, e inclusive hemos encontrado este tipo de “pinceles” con restos de pintura”, comentó.
Finalmente, la arqueóloga destacó que a más de una década que se creó el Plan de Manejo de la Sierra de San Francisco, las pinturas rupestres guardan un buen estado de conservación, gracias a la serie de acciones de protección que se han implantado, principalmente para disminuir el impacto de las visitas del público. En estas acciones, destacó la habilitación, en 1993 y 1994, de andadores, barandales y cercos de protección en las cuevas de la Sierra de San Francisco, conocidas como La Pintada, Las Flechas, La Soledad, Boca de San Julio, El Ratón y La Música, como medidas para controlar el arribo de turistas. De igual manera en los últimos meses de 2007, se terminó de instalar este tipo de infraestructura en la Cueva del Chavalito, al sur de la Sierra de Guadalupe.

Patrimonio Cultural de la Humanidad



En diciembre de 1993 la UNESCO designó a las pinturas rupestres de la Sierra de San Francisco en Baja California Sur, México, Patrimonio Cultural de la Humanidad, y desde ese momento el lugar entró en muchas de las agendas de los amantes de visitar zonas arqueológicas. Tiempo después emprendí el viaje a este lugar con José Hernández y Salvador Rodiles.

El principal atractivo es disfrutar de un hallazgo arqueológico diferente, ya que al hablar de zonas arqueológicas mexicanas, se identifican y vienen a la mente imágenes de pirámides que se encuentran en zonas tan accesibles como el Templo Mayor en pleno centro de la Ciudad de México, de relativamente fácil acceso como Tehotihuacán en el Estado de México o Chichen Itzá en Yucatán, o de difícil acceso como Bonampak o Yaxchilán en Chiapas, ya que a ésta última sólo se puede llegar en avioneta o por el río Usumacinta, ya que se encuentra en la frontera con Guatemala. Los vestigios rupestres en México se encuentran en varios lugares y a todo lo largo de su territorio, pero es en la Sierra de San Francisco donde se localizan los más bellos y espectaculares, ya que muchas de las pinturas tienen más de dos metros de alto, por esto es considerado como uno de los de grandes dimensiones de todo el mundo. Los primeros reportes de las pinturas de esta zona datan del siglo XVII cuando llegaron los misioneros jesuitas, desde ese entonces hacen mención de la grandeza de las imágenes.

Algunos de ellos relatan que, investigando entre la gente del lugar, evocan leyendas de seres de gran tamaño venidos del norte que pensaron fueron los autores de las pinturas, incluso añaden que encontraron huesos de hombres que calcularon llegaron a medir hasta cuatro metros de alto. Los análisis de pigmentos indican que las pinturas tienen una antiguedad de 4 mil años, y la fecha más reciente corresponde al siglo XVII, lo que es sorprendente ya que en ese periodo de tiempo no hay mucha variación en su estilo. Los pobladores de estas zonas fueron los cochimíes que se organizaban en grupos de entre 50 y 200 miembros, dedicados a la caza, principalmente del venado, y a la recolección de frutos.

Existían dos jefes que dirijían al grupo, uno de ellos era el anciano o cacique y un shamán o guama que organizaba los actos religiosos, algunas veces un solo individuo ejercía ambos cargos. A principios de los 80's el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) inició los registros de las cuevas con pinturas, hecho que culminó en los 90's con la inclusión de estos estudios en los 14 proyectos especiales de arqueología del gobierno mexicano.


Situación de la Península de Baja California y del Estado de Baja California Sur. Para un detalle de la zona a la que refiere este artículo, púlsese en este mapa.


Para ir a San Francisco se tiene que llegar a San Ignacio, pueblito que se encuentra entre Guerrero Negro y Santa Rosalía, poblaciones costeras opuestas del norte del Estado. En dos locales contiguos a la Misión se instaló el museo y oficinas del INAH, allí se encuentra el custodio Sergio Aguilar que registra a los visitantes de las pinturas, les pone al tanto del compromiso que adquieren y del equipo que tienen que llevar para ir a esa zona, y les entrega el reglamento de visita cuyos puntos sobresalientes son: 1. Clasifican a los visitantes en cuatro niveles: Nivel I. Los que sólo visitan la Cueva del Ratón y lugares cercanos a San Francisco, excursión que se hace en un día. Las siguientes requieren varios días de duración. Nivel II. Los que además van a lugares habilitados en el Cañón de Santa Teresa, Arroyo del Parral y en el área de Santa Martha. Nivel III. Los que van más allá rumbo a San Gregorio, San Gregorito y el Batequí, entre otros. Nivel IV. De interés estrictamente académico. 2. Todos los visitantes deberán acatar las disposiciones de la Ley Federal Sobre Monumentos y Zonas Arqueológicas, Artísticas e Históricas de México. 3. Las visitas deberán ser conducidas por un guía autorizado por el INAH. 4.

La comida del guía la proporcionarán los visitantes. 5. Se prohibe bañar y hacer fogatas, hay que llevar estufas de gas tipo Colleman. 6. Sólo se permitirán un máximo de 25 personas acampando a la vez. En el campamento el Granadillo sólo 7. 7. Traer de regreso toda la basura que se genere, ya sea orgánica e inorgánica. También nos dio el nombre de Enrique Arce, Coordinador en San Francisco de la Sierra, con quien nos teníamos que reportar. Transladarse de San Ignacio a San Francisco tiene algunas dificultades ya que no existe transporte regular. Si se lleva vehículo propio tiene que ser una camioneta que pueda circular en camino de terraceria, lleno de rocas y muy accidentado. Si se contrata un vehículo particular puede resultar caro, y se tienen que buscar algunas alternativas en ranchos cercanos. A este respecto agradecemos las facilidades otorgadas por el Lic. José Francisco Hernández, Delegado de la zona del Vizcaíno, y al comandante y subcomandante de la policía municipal, asi como a Carlos, administrador del "Rancho El Silencio". Ante todo ese formulismo y control reglamentado de acceso a las pinturas, de lo alejado del lugar, de las dificultades para llegar, de sortear todos los posibles contratiempos, de llevar todos los aditamentos para acampar, y sobre todo de enfrentarse a un clima extremoso que es famoso en Baja California, que puede ser de más de 40 grados centígrados en verano y llegar a temperaturas inferiores a los cero grados en invierno, sólo los amantes de la naturaleza y de la arqueología se aventuran a esta zona.

El viaje bien vale la pena, en especial en invierno, ya que se puede aprovechar la temporada para observar a las espectaculares ballenas en la Laguna de San Ignacio. En las dos horas del trayecto a San Francisco se encuentran barrancas muy hermosas. Nunca pensamos que su belleza resultaría opacada por las que encontraríamos más adelante. Al llegar nos dirigimos a la casa de Don Enrique, cuya gentil esposa nos ofreció la única bebida que quita el calor y la sed: café caliente. Cerca de San Francisco se encuentra la Cueva del Ratón a la cual se puede ir caminando. Cuenta una historia que se llama así porque a un burro llamado "ratón" le gustaba irse a refrescar a la sombra de esa cueva. Posteriormente Don Enrique, que es el que se encarga de avisar al guía que le toca turno, nos presentó a Don Refugio Arce Ojeda, uno de los mejores guías y que cuenta con animales propios para el trayecto. Al preguntarle cuál zona recomendaba para visitar, recomendó el Cañón de Santa Teresa. Puestos de acuerdo con sus honorarios, la cantidad de mulas y la renta de las mismas, cerramos el trato y esperamos la partida a la mañana siguiente. "Cuando Enrique me dijo que me tocaba turno de llevar gente, no podía creerlo. Nadie viene en época de calor por estos lugares." Fue lo primero que nos comentó Don Refugio al iniciar el viaje, en el cual tuvimos que poner en práctica nuestros pocos conocimientos de montar en mula.

Con su modo de hablar rápido, como lo hace la gente de esta tierra, que hasta a veces nos parecía que no terminaban de pronunciar algunas palabras, nos comentó nuevamente: "Han venido algunos que se van caminando hasta allá, porque no saben andar en mula, terminan cansadísimos pero contentos, sobre todo después de ver La Pintada, es la más chula de todas las cuevas. Yo siempre traigo mi mula." Nos dijo finalmente sonriendo. La gente es muy sencilla y amigable, típica de la sierra, que les gusta que los visiten y que platiquen con ellos. Su actividad principal es el pastoreo de cabras, venta de las mismas y del sabrosísimo queso que elaboran. Aunque sus rebaños son diezmados por el puma. "Es muy cobarde, porque huye de nosotros, pero se lleva muchas chivas. Mucha gente solo viene a ver la Cueva del Ratón, para las otras cuevas somos más de treinta guías y tenemos que esperar nuestro turno, aunque los otros no tengan bestias se las prestamos, son viajes muy importantes para nosotros." En el camino pasamos una barranca muy hermosa. Después de una hora y media llegamos al Cañón de Santa Teresa cuya panorámica se perdía en el horizonte. Fueron dos horas de tránsito lento bajando el cañón, por veredas muy accidentadas y llenas de rocas, en algunos tramos muy peligrosas ya que se encontraban a la orilla del precipicio, sin posibilidad de tropezones, difíciles aún para las mulas pero que están acostumbradas a estas jornadas, en un camino que parecía interminable. De repente, al fondo, un manchón verde que contrastaba con el paisaje árido y lleno de distintas variedades de cactáceas. "Santa Teresa", nos dijo Don Refugio, ranchito donde viven dos familias que se dedican a cuidar sus huertas, y por el cual toma el nombre el cañón. Allí siembran hortalizas y además cuentan con árboles frutales como naranjo, limón, higo y durazno, aprovechan el agua que corre en el fondo de la barranca.

Un poco más adelante descansamos, se le quitó montura y freno a los animales para que pudieran tomar agua libremente. Entonces pudimos ver el paisaje detenidamente: el fondo de las barrancas estaba compuesto por piedras características de río, lo que hace suponer que en épocas remotas corría uno por allí, y que en la temporada de lluvias se llegan a formar grandes arroyos; charcas que formaba un arroyito que corría a lo largo de las barrancas, y que en algunos tramos se hacía imperceptible; palmeras que se erguían orgullosas a una altura de 12 a 15 metros, y que más adelante llegarían a ser tan abundantes, que daban una sensación de frescura en ese ambiente árido; las laderas de las barrancas llenas de distintas variedades de cactáceas; cuando la barranca se cortaba casi verticalmente, se podían admirar esas terrazas que se formaban y en las cuales se aferraban los arbustos y cactus; todo esto coronado por un cielo impresionantemente azul. Al continuar el viaje tardamos una hora en llegar a La Pintada, pero en la ladera opuesta. Después de 45 minutos más por fin llegamos a la zona de campamento, cerca de la cual se forman algunas pocitas donde saciamos nuestra sed. El calor era muy intenso, tan fuerte y desgastante que teníamos que tomar una siesta después de la comida, para reparar fuerzas y esperar a que disminuyera un poco la temperatura. La primer cueva que visitamos fue La Pintada, muy hermosa en verdad, como después lo comprobaríamos "es la más chula de todas las cuevas", como dijo Don Refugio.

Está situada a media hora caminando del campamento. Es una oquedad que corre a lo largo de 70 metros por la falda de la barranca, y que, como todas las cuevas de esta zona, cuenta ya con andadores de madera que facilitan muchísimo ver y admirar las pinturas. Es una verdadera galería en cuyas paredes se pueden ver figuras humanas con los brazos extendidos con capuchas o penachos, venados, cervatillos, borregos cimarrón, liebres, coyotes, zopilotes, y figuras marinas como peces, tortugas, ballenas y delfines. Los colores predominantes son el rojo y el negro, los cuales utilizaban pintando las figuras de ambos colores por la mitad, ya sea vertical u horizontalmente, hay algunas que están pintadas de un solo color. También utilizaron el blanco y el amarillo pero en menor grado, ya sea como contorno de algunas figuras o para resaltar algo en otras. El tamaño es muy variado, pero llega a haber figuras de más de dos metros de alto, por esto es considerado un arte rupestre de los más grandes del mundo. Hay algunas figuras que no están terminadas, o que son un bosquejo o un contorno definido. Las figuras se yuxtaponen. En uno de los murales de esta cueva pareciera como si un grupo de hombres tuvieran acorralados a varios venados y borregos cimarrón. En otros las yuxtaposiciones llegan a tal grado que pareciera como si ninguna parte de la pared estuviera libre de pigmentos, y hay que fijarse muy bien en donde empiezan y donde terminan las figuras, en una mezcla de tamaños, variedades, orientaciones y disposiciones.

Al día siguiente visitamos cuatro cuevas más. La primera fue la Cueva de la Soledad. Se encuentra a una hora caminando desde el campamento bordeando la montaña donde se encuentra La Pintada hacia otra barranca, y cuyo acceso es un poco difícil, ya que hay que escalar algunas paredes de roca, algo no muy complicado. Don Refugio también la llama la Cueva de las Aguilas, porque en la pared de esta oquedad que mide aproximadamente 7 metros de alto por 12 de largo, se encuentran varias figuras de tamaño natural donde se pueden apreciar hombres, mujeres (ya que se distinguen sus senos en las axilas), venados de grandes cornamentas, cervatillos, y dos aves que parecen ser águilas, una pintada de rojo y otra de negro, cuyo plumaje está dibujado en forma uniforme y no en líneas como en las demás cuevas. Esta cueva también se caracteriza, porque en una pequeña oquedad inferior se encuentran pintadas algunas figuras no identificadas, rectangulares, alargadas, algunas de las cuales están cuadriculadas. Después nos dirigimos a la Cueva de las Flechas, que se localiza enfrente de La Pintada.

En las demás cuevas se ve que las lanzas o flechas solo atraviesan a venados, cervatillos o borregos cimarrón, como si los hubieran cazado y las pinturas fueran un festejo de estos acontecimientos, pero en esta cueva que mide como 25 metros, se encuentra un mural de grandes proporciones con un venado al fondo y cuatro figuras humanas con capuchas o penachos, dos de las cuales están atravesadas por flechas en la cabeza, el corazón, el estómago y las partes nobles, en una extraña combinación y por la cual toma el nombre la cueva. En el resto de la oquedad se distinguen algunas figuras, la más definida y mejor pintada es un hermoso borrego cimarrón. Por la tarde visitamos la Cueva de los Músicos, que está a 45 minutos del campamento pero hacia el lado contrario de las otras cuevas. Es la más pequeña de todas, ya que en un área como de un metro cuadrado se distingue algo así como dos pentagramas pintados de blanco y una docena de pequeñas figuras pintadas en rojo y no muy definidas, pero que parecen hombres en posiciones tales como si estuvieran tocando instrumentos musicales, sin ser éstos visibles. La última cueva visitada en este cañón fue la Cueva de la Boca de San Julio, que se encuentra a 30 minutos de la anterior pero por otra barranca. En ella se vuelve a admirar la grandeza de las pinturas, y es la única en donde no se distinguen figuras humanas, ya que en sus dimensiones que son de aproximadamente 10 metros de largo por 6 de alto, solo se ven pintados algunos venados, cervatillos, coyotes y liebres de tamaño natural, y varias figuras pequeñas de las mismas variedades.

A la mañana siguiente, al ir subiendo las veredas para dejar el cañón, nos invadió una extraña sensación, entre nostalgia y alegría, de haber permanecido dos días en un lugar tan singular: donde se comprende que el maravilloso paisaje fue la fuente de inspiración para la elaboración de esas hermosas pinturas; donde la mitología de los gigantes corre tan lentamente como esos arroyos; donde la naturaleza tiene pocos cambios, como esos 4 mil años de tradición pictórica; donde los amaneceres parecen interminables, cuando el sol ilumina las cimas de las montañas descubriendo poco a poco sus detalles, hasta llegar al fondo de las barrancas; donde el viento llega a platicar con las palmeras, y ellas le responden con un susurro de frescura; donde el equilibrio ecológico pende de un hilo, de ese hilillo de agua que corre imperceptible por algunos lugares y que le dá vida a todo ese ecosistema; donde las palomas que se oían, rompían el largo silencio con su canto melancólico; donde los pequeños pájaros que se dejaban ver alegraban la vista de ese paisaje desolado; donde las espinas de las biznagas crecen muy grandes, como si quisieran picarle al cielo para que les dé agua; donde el florecer de las cactáceas es tan espectacular, como todo el conjunto de detalles que conforman esas barrancas; donde cerca de la zona de campamento nos salieron a recibir una cantidad muy grande de ranitas, no mayores de 3 centímetros de largo, que nos observaban cada vez que tomabamos agua, como si ellas fueran las guardianes del lugar y a las que se tuviera que pedir permiso para estar allí, y que nos arrullaban con sus cantos al anochecer con una tonada que sonaba afirmativa; en esas noches tan claras, cálidas y llenas de estrellas; donde también las estrellas fugaces saludan a los viajeros que llegan a esos lugares.


Las pinturas rupestres de San Ignacio



Las pinturas rupestres de San Ignacio nos remiten a la incógnita de nuestro pasado y son motivo de interés para investigadores de todo el mundo, por lo que fueron inscritas por la UNESCO como patrimonio de la humanidad.

Estas pinturas, como la mayoría de ellas, consisten en espectaculares murales realizados sobre las rocas, en las que se representan personajes y animales en escenas que bien pudieran ser ceremonias rituales, peregrinaciones, cacerías o batallas y están ejecutadas en tonos ocres, rojos, blancos, amarillos y negros. Las figuras humanas en rojo y negro, con los brazos en alto y extraños tocados, constituyen un alucinante conglomerado lleno de plasticidad y belleza. Como llegar Estas pinturas rupestres son aledañas al rancho de San Francisco, y para llegar aquí debes partir de San Ignacio, que está a 142 kilómetros al sur de Guerrero Negro y llegas a través de la carretera transpeninsular.

Una vez en San Ignacio deberás avanzar 44 km más hacia el norte, para encontrarte con una brecha 37 km que te lleva a San Francisco de la Sierra.

En San Ignacio existe una aeropista asfaltada para aviones pequeños Actividades Entre las principales actividades que se pueden practicar aquí están, desde luego, el recorrido a las pinturas de San Francisco de la Sierra y el recorrido a las pinturas de Santa Martha, aunque no son lo únicos, pues también puedes realizar otros muy interesantes como el recorrido por el poblado de San Ignacio y las visitas a la Iglesia de la Misión de San Ignacio de Loyola y al Museo de Santa Martha.

Además de esto, puedes acampar en el Cacarizo y asistir a las fiestas del Santo Patrono, que se celebran el 31 de julio. De enero a marzo igualmente puedes disfrutar de la observación de la ballena gris en Laguna de San Ignacio. Recomendaciones Como las pinturas son Patrimonio de la Humanidad, se tiene un minucioso control estricto de los visitantes, por lo que se te recomienda no omitir el registro en las oficinas del INAH y sujetarte a los lineamientos establecidos en el Plan de Manejo.

Debido a las características físicas de la región, que dificultan su acceso te recomendamos que hagas el recorrido acompañado de un guía experto.

En la Iglesia de San Ignacio de Loyola no está permitido tomar fotografías o videos para fines comerciales, a menos que cuentes con la autorización del INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia).


En la región central de la península de Baja California, en el desiertote El VizcaínoPatrimonio de la humanidad desde 1993.

Se desconoce la autoría y la época de la que datan estas obras. Lo único cierto es que las pinturas rupestres halladas en la inhóspita sierra de San Francisco constituyen uno de los testimonios más importante del arte precolombiano. Las representaciones monumentales de personas y animales impresionan tanto por su colorido como por su ejecución.

El clima desértico, cálido y seco, de la península de Baja California y la costa del Pacífico- ha conservado en perfecto estado estas valiosas pinturas rupestres en cuevas inaccesibles y entrantes de roca.

Exceptuando las escasas ocasiones en que lluvias torrenciales inundan los resecos lechos de los ríos y los transforman en peligrosas corrientes de agua, la zona meridional de la alargada península de Baja California se caracteriza por seca, polvorienta y calurosa, unas condiciones que convierten esta inhóspita región en una de las más despobladas de México. A pesar de ello, la sierra de San Francisco, que forma parte del desierto de El Vizcaíno, presenta unas pinturas precolombianas que por número y tamaño, pero ante todo por su excelente estado de conservación, son únicas en su género. Hasta el momento se han descubierto 400 localizaciones con estas obras; 250 de ellas, entre las que se cuentan las pinturas más hermosas e importantes, se hallan en la sierra de San Francisco, en las proximidades de las poblaciones de San Francisco y Mulege.

Viejos maestros precolombianos

Las pinturas descubiertas en las paredes y techos de estas cuevas situadas en lugares recónditos y difícil acceso se remontan probablemente al periodo comprendido entre los años 1100 a. C y 1300 de nuestra era Pero, a pesar del paso de los siglos, estas obras de arte rupestre han logrado conservarse intactas gracias a la sequedad del clima y a lo inaccesible de su localización.

Las pinturas muestran personas y animales, en ocasiones de tamaño natural; con frecuencia las primeras aparecen portando armas, lo cual hace suponer que representan escenas bélicas y de caza. En cuanto a las cuevas en sí, seguramente no fueron utilizadas como viviendas, si no como lugares de culto o como trampas para cazar animales. De entre la fauna claramente identificada en las representaciones pictóricas- como pumas, linces, ciervos, tortugas, águilas, pelícanos, ballenas y diversos tipos de peces-, varias especies desaparecieron hace mucho tiempo de la Baja California, de lo que se deduce que el clima y, por lo tanto, la flora y la fauna de la península han experimentado cambios radicales con el transcurso del tiempo.

Estos artistas rupestres ya emplearon unas técnicas sorprendente elaboradas. Mediante la imprimación de fondo, el dibujo del contorno y el sombreado conseguían unos efectos extraordinariamente plásticos, que se enriquecían mediante una mediante una completísima gama de colores, obtenida a partir de la trituración de roca volcánica. Sin embargo, nada se sabe acerca de los autores de estas magnificas pinturas. El pueblo culturalmente más avanzado de Baja California era el de los guachimis, que habitaban la zona comprendida entre La Purísima y el extremo septentrional de la península. El jesuita Francisco Javier Clavijero, considerado el descubridor de estas pinturas, publicó en 1789 un relato sobre su viaje a través de la Baja California donde afirma que, según las leyendas de los indios, éstas habían sido realizadas por gigantes.

Pinturas rupestres de San francisco



Existen pinturas rupestres en toda la península de Baja California. Sin embargo, el estilo que se muestra en la película Oasis Marino, es del área de los Grandes Murales en el centro de la península—12,000 kilóm cuadrados (como 7,500 millas cuadradas) desde bahía de Los Ángeles en el Norte, hasta bahía Concepción en el Sur.

No conocemos el nombre de la gente que creó estos vastos santuarios pintados o qué tanto duró la tradición pictórica. Existe una fecha de hace 5,000 años para los pigmentos de un sitio en la sierra de San Francisco (Cueva del Ratón). Dado su extraordinario legado, nos referimos a esa gente como "los pintores". Cazadores y recolectores seminómadas, los individuos de esa época ocupaban su vida realizando circuitos de temporada por sus tierras. Desde las fuentes de agua en los cañones de las montañas, hasta las altas mesetas y ambos mares, cosechaban diferentes productos. Se protegían del sol del verano en cuevas sobre terrazas a lo largo de los cañones en las montañas.

Estos refugios rocosos les brindaron enormes superficies para plasmar una forma rica y compleja de arte. Es probable que su significado nunca sea completamente comprendido, pero se asocia a la creencia en un sistema que incorpora la cacería, la magia, la renovación de la vida y una profunda visión del mundo. Su arte, encontrado en cientos de sitios, con miles de figuras, es conocido como los mejores ejemplos del arte prehistórico.

La sierra de San Francisco es un patrimonio de la humanidad y puede ser visitada solamente con guías oficiales y la autorización del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH).

La Sierra de San Francisco



Desde el siglo 100 aC hasta el 1300 dC, la Sierra de San Francisco, en la reserva de El Vizcaíno, en Baja California, fue el hogar de un pueblo que ya ha desaparecido pero que dejó una de las más destacadas colecciones de pinturas rupestres en el mundo. Se encuentra notablemente bien conservada debido al clima seco y la inaccesibilidad del sitio. Muestra figuras humanas y muchas especies animales, ilustra la relación entre los seres humanos y su medio ambiente, sin duda estas pinturas revelan una cultura altamente sofisticada. Su composición y tamaño, así como la precisión de los contornos y la variedad de colores, pero sobre todo el número de sitios, hacen de este un impresionante testimonio de una singular tradición artística.

Visita San Francisquito



Sierra de San Francisco

UbicaciónLa Sierra de San Francisco se localiza en la región central de la península de Baja California Sur, a 37 km. de la carretera Núm. 1 y a 80 km. de San Ignacio.

Cómo llegarPara llegar se sugiere tomar la carretera No. 1 que va de San Ignacio; a la altura del kilómetro 75 se toma el desvío hacia la Bahía de la Asunción hasta llegar al pueblo El Vizcaíno, donde se inicia el camino al Rancho San Francisco de la Sierra y en cuyos alrededores se encuentran Las Cuevas Rupestres.

El lugar es una Área Natural Protegida para su conservación; en diciembre de 1993 fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, asi que en sus alrededores no encontrará servicios, en cambio en San Ignacio si hay establecimientos donde puede equiparse con todo lo necesario para su aventura, allí podrá rentar los animales de carga ya que para acceder a la zona de las cuevas es sólo caminando o con ayuda de estos animales.

ClimaDesértico, cálido y seco.

FloraCactus, palmeras y flora esteparia.

FaunaSerpientes, arañas, lagartijas, ratas, etc.

OrigenEn el lugar donde se encuentran las pinturas rupestres hoy esta deshabitado, la zona rural más cercana es el Rancho de San Francisco de la Sierra.

Según investigaciones realizadas, en el pasado esta zona estuvo habitada por ancestros de grupos indígenas pericuas, guaycuras y cochimíes, éste último pueblo amerindio ocupó la región hasta su extinción en el siglo XIX como consecuencia de la conquista española. Los Cochimí estaban organizados en pequeñas bandas de cazadores y recolectores; se cree que ellos fueron quienes desarrollaron gran parte de las pinturas en muchos de los sitios.

El jesuita Francisco Javier Clavijero es considerado el descubridor de estas pinturas. En 1789 publico un relato sobre su viaje a través de la Baja California donde afirma que según las leyendas de los indios, las pinturas fueron realizadas por gigantes.

Pinturas rupestres en las cuevas de la Sierra de San Francisco

Son 12,000 km2 (como 7,500 millas cuadradas) desde bahía de Los Ángeles en el Norte, hasta bahía Concepción en el Sur. De las 400 localizaciones descubiertas, las pinturas más hermosas e importantes se hallan en la sierra de San Francisco.

Fascinante es lo que usted encontrará en el interior de estas cuevas las cuales fungían como lugares de culto o como trampas para cazar animales; se trata de la representación monumental de animales y personas que asombran por su ejecución, colorido y número.

Los murales precolombinos, característicos del estilo Gran Mural(por sus dimensiones y los más de trescientos sitios que abarcan) floreció en el centro de la Península de Baja California durante la época precolombina de Aridoamérica.

Varios estudios del lugar permiten suponer que las pinturas descubiertas en las paredes y techos de estas cuevas se remontan probablemente al periodo comprendido entre los años 1100 a. C y 1300 de nuestra era.

Es probable que su significado nunca sea completamente comprendido, pero se asocia a la creencia en un sistema que incorpora la cacería, la magia, la renovación de la vida y una profunda visión del mundo.

El artista de ese tiempo no pintaba a la ligera, con mucho cuidado elegía las paredes de piedra donde plasmar sus ideas. Estas llamadas respaldo se forman al caerse una laja de piedra superior quedando así una superficie pareja recién expuesta a la intemperie. La capa superior se deslaja porque una capa intermedia más suave compuesta por ceniza volcánica se va erosionando. Llega un momento en el que esta capa ya no puede sostener el peso de la laja de piedra de mayor dureza que la cubre y ésta se desprende.

La técnica que empleaban es sorprendente; el fondo, el dibujo del contorno y el sombreado conseguían unos efectos extraordinariamente plásticos.

Este arte rupestre se encuentra en perfecto estado de conservación gracias al clima preponderante en el lugar y a la poca accesibilidad.

Quienes estan al cuidado de este valioso lugar son El Instituto Nacional de Antropología e Historia, la Asociación Civil "Amigos de Sudcalifornia" (AMISUD), el Gobierno del Estado de Baja California Sur, el Instituto Getty de Conservación (GCI) y la gente de la Sierra de San Francisco. Conjuntamente diseñan e implementan nuevas medidas de conservación para la Sierra de San Francisco, con el fin de poder proteger esta herencia cultural para las próximas generaciones.
Las cuevas están abiertas diariamente, para explorarlas es necesario un permiso expedido por la Unidad de Información de la Zona en San Ignacio, allí mismo también le informarán sobre el reglamento para visitar el lugar.

Murales para admirar

Detalle ubicado en la Cueva de la Serpiente: Fue pintado por una sola persona. Detalle de El Parral XIV: Al igual que otras figuras en los murales tienen contorno realista y relleno abstracto. Detalle del Batequi: Contiene elementos de perfil y de frente en una misma figura. En esta imagen hay una representación de una mujer con los senos en las axilas. Esto es porque en un mismo dibujo algunos elementos están de frente y otros de perfil. Detalle de la Natividad. Detalle de la Cueva Obscura. Detalle de la Cueva del Ratón. Detalle de la Santa Teresa I. Detalle de la Cueva de las Flechas. Detalle de El Brinco IV. Detalle de El Brinco V. Detalle de Boca de San Julio. Detalle de Cuesta de San Pablo I. Detalle de Cuesta de San Pablo II: Representaciones de mantarayas. Detalle de San Gregorio I: Mural de 20 metros que tiene una progresión de figuras humanas y animales pintadas en distintas épocas y por diferentes artistas. Detalle de San Gregorio II. Detalle de la Palma: Resalta porque tiene una figura más pequeña la cual podría referirse a un niño. Detalle de la Candelaria. Detalle de la Candelaria I. Detalle del Enjambre de Hipólito. Detalle de Cuesta del Palmario . La mejor temporada para visitar las cuevas es entre los meses de octubre y mayo, ya que en ese tiempo el clima es templado, en el verano el calor es sofocante.

Museo de Pinturas Rupestres de San IgnacioEn este sitio podrá observar las reproducciones de algunas pinturas rupestres que se encuentran tanto en el sur como en el norte de Baja California, recibirá además información complementaria sobre el desarrollo cultural de sus autores; aquí mismo podrá también obtener el permiso para visitar las cuevas en la Sierra de San Francisco. El horario de visita del museo es de lunes a domingo de las 8:00 a 18:00 horas.

Actividades en la Sierra de San FranciscoSe puede acampar en los alrededores de las cuevas con un permiso previo.

El gran mural de la sierra de GuadalupeObras de arte realizadas por los primeros habitantes de Baja California Sur, quienes sobre rocas plasmaron figuras humanas de gigantes y una serie de dibujos zoomorfos.

Destacan de esta galeria las imágenes que representan escenas sexuales relacionadas con los ritos de iniciación y fertilidad de los antiguos habitantes de la zona. En sus trazos sobresalen los colores rojo, negro, blanco y amarillo.

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Pinturas bellísimas



Pinturas rupestres de la Sierra de San Francisco Ejemplo de los murales de la Sierra de San Francisco, en Baja California Sur (México).Las Pinturas rupestres de la Sierra de San Francisco constituyen un conjunto de murales precolombinos, característico del estilo Gran Mural que floreció en el centro de la Península de Baja California durante la época precolombina de Aridoamérica. Es probable que los portadores del estilo Gran Mural hayan sido los antepasados de los cochimíes, pueblo amerindio que ocupó la región hasta su extinción en el siglo XIX como consecuencia de la conquista española.


En el norte de Baja California existe un pequeño grupo de indígenas de habla yumana a la que se le da el nombre de cochimí, aunque no parece muy seguro que guarden relación directa con los cochimíes históricos del centro de la península. Su lengua es catalogada como una variedad del idioma kumiai, y algunos de ellos prefieren ser llamados kumiai. La Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) de México incluye a los cochimíes en su lista de grupos étnicos.

En sus extrañas resguarda las mejores pinturas rupestres de México



Realizar una expedición para admirar las pinturas rupestres de San Francisco de la Sierra, en Baja California Sur, es una de las experiencias más extravagantes y contradictorias que un viajero puede vivir. Sin embargo, vale la pena, y mucho.

Es un viaje que conjuga aventura, campismo, ecoturismo, montañismo, cultura, turismo rural y gastronomía. Pero la paradoja radica en que no es una excursión barata, a pesar de que carece de cualquier clase de lujo y comodidad. Tan sólo el transporte aéreo cuesta alrededor de 800 dólares. Por el contrario, para quien no está acostumbrado, puede resultar fatigosa, incómoda y con cierto grado de peligro.

Camino a San Francisco Hermosillo, el inicioSi se vive fuera de la Península de Baja California, para comenzar hay que volar a Hermosillo, Sonora, y esperar tres horas para tomar otro avión que nos lleve a Guerrero Negro, pequeña ciudad que se encuentra casi sobre el paralelo 28, que marca la frontera con el estado de Baja California. Desde que se está en espera del vuelo de conexión, el azar comienza a jugar su parte, ya que se trata de pequeños aparatos de 34 plazas que no cuentan con equipo para aterrizar por instrumentos; así es que, si reportan que en Guerrero Negro hay nubes, la dilación se puede prolongar por varias horas más, hasta que el cielo despeje sobre esa parte de la península. Cuando al fin se logra despegar, sólo hay que atravesar el Mar de Cortés, en un trayecto de apenas una hora. Pero no se debe llegar así nada más, creyendo que las pinturas rupestres están a la vuelta la esquina. No, arribar a Guerrero Negro es apenas el inicio de una larga travesía, por lo que con anticipación hay que contactar con alguna de las agencias que organizan la excursión con una tarifa de 450 dólares por persona. Este precio incluye a los guías, transportación terrestre, mulas y burros, cocinero y alimentos, tiendas para acampar, bolsas para dormir y el pago de permisos al Instituto Nacional de Antropología e Historia por visitar la zona de los vestigios. Por mínimo, se debe conformar un grupo de cuatro turistas para realizar la incursión. Además, el primer día hay que cenar y dormir en esta ciudad, al igual que cuando se regrese de la sierra. Estos gastos son aparte.

Sierra de San Francisco La expediciónAl siguiente día, la mañana empieza muy temprano con café, machaca con huevo y jugo de naranja recién hecho. El clima a esa hora suele ser frío, por lo que hay que ir bien abrigado. El grueso del equipaje debe quedarse encargado en el hotel y en una mochila llevar lo estrictamente necesario para pasar tres días en el fondo de una cañada. El límite es de diez kilos por persona. Salir de Guerrero Negro es cosa de minutos. En poco tiempo la camioneta transita sobre una interminable y recta línea negra de asfalto que parece partir en dos el desierto que aquí todo lo abarca. Pronto, frente a la monotonía del paisaje árido y el clima hostil, el viajero descubre que estar en este sitio sólo lleva a dos conclusiones: el rechazo total a esta tierra seca que parece no tener nada, o caer seducido por la magia y el encanto del desierto con su abandono, sus vistas desoladas, sus agrestes jardines de cardones, choyas y pitahayas, con su falsa inmovilidad donde bulle una vida que no se descubre a simple vista. Estamos cruzando el desierto de El Vizcaíno, una inmensa reserva de la biosfera que parece no tener fin.
Una hora después de haber salido, llegamos a la desviación que lleva a la Sierra de San Francisco. Lo que miramos es una línea de terracería de 37 kilómetros que se abre camino en medio de un bosque de miles de cactus y que desemboca en las montañas que a lo lejos se levantan señoriales sobre la planicie. Alcanzamos los cerros y en unos cuantos minutos avanzamos junto a un profundo cañón acompañados por cientos de cirios, zanahorias gigantes que nos vigilan desde la orilla del sendero.

Cañón de Santa Teresa A las once y media de la mañana llegamos a un caserío polvoso, en medio de la nada, donde vive Manuel, quien será nuestro guía por los laberintos de la cordillera en la búsqueda de las pinturas rupestres. Mientras cargan los burros con todo lo necesario para el campamento que habremos de levantar, comemos y nos preparamos con lo indispensable para aguantar la larga travesía que nos espera: sombrero, bloqueador solar, paliacate al cuello y polainas de cuero que cubren del tobillo a la rodilla, para protegernos de las bravas espinas de los arbustos y las cactáceas, y de las víboras de cascabel que por aquí abundan y gustan de morder en las espinillas. A la una de la tarde montamos en mulas e iniciamos la cabalgata de cinco horas que habrá de adentrarnos en un mundo nuevo y asombroso.
Los primeros 45 minutos avanzamos tranquilamente sobre terreno plano, hasta que llegamos a la orilla del Cañón de Santa Teresa, un profundo y largo tajo en la montaña que se nos muestra poderoso y amenazador, al que habremos de bajar para alcanzar nuestro objetivo. Durante horas cabalgamos sobre caminos imaginarios que sólo existen en la memoria de las bestias, al borde de hondos desfiladeros. Una hilera de siete burros nos antecede y aquello es igual que una postal del viejo oeste. En esta inmensidad reina un inconmensurable silencio que a veces trae sonidos lejanos, como el canto de algunas aves o el rugido del viento que golpea nuestra cara.
Cueva de los Músicos El avance es difícil y lento, jugoso de adrenalina que fluye ante el temor de caer al precipicio si el animal da un mal paso, pero al mismo tiempo la fascinación de esa grandiosidad compensa y hace sentir que vale la pena el riesgo. Y más cuando, ya cerca de alcanzar el fondo de la cañada, cruzamos un bosque de inverosímiles árboles dorados que llaman Toro, sin hojas y con ramas más gruesas que el tronco.
Son árboles de oro que semejan seres petrificados con los brazos al cielo, con los rostros ocultos, con el alma viva. Pero lo mejor está por venir. Al llegar finalmente al fondo del cañón, que es el lecho de un río prácticamente seco, en medio de la aridez nos topamos con un oasis de cuento árabe, con pozas de agua, arena y esbeltas palmeras de hasta treinta metros de alto, que nos regalan sus dátiles dulces, como premio a tanto esfuerzo.Ahí levantamos el campamento y esperamos el siguiente día para ir a buscar las milenarias pinturas rupestres.

Cueva de los Músicos Pinturas rupestres de la sierra de San FranciscoTesoro cultural de casi once mil añosLa memoria sigue colgada de ese cielo nunca visto, tan negro y tan luminoso, que nos asombró después de cenar. Cuando el sol se fue, comenzó el espectáculo de la oscuridad que por largos lapsos nos obligó al silencio. Primero emergió la luna redonda y gigante, solitaria y majestuosa en la opacidad de la bóveda celeste; después, lentamente, sin prisa, una tras otras fueron encendiéndose las estrellas, mientras con una facilidad inaudita íbamos descubriendo que fuera del planeta hay un tránsito de periférico en hora pico. A cada rato mirábamos cruzar por la redondez del firmamento a los satélites artificiales, unos más rápidos que otros, como si fueran luceros que caminan o corren. Pero lo que más celebrábamos eran las estrellas fugaces, que de vez en cuando se desgranaban en el abismo insondable de la noche, como si dios estuviera celebrando con fuegos pirotécnicos. Con esa foto en la pupila desperté la primera mañana en esta profundidad de Baja California Sur.

El CacarizoSalí de la casa de campaña y el día era demasiado blanco y el sereno sobradamente fresco. Miré las altas paredes del cañón, que en este lugar llaman El Cacarizo, adornado con cactus y peñascos; redescubrí que habíamos acampado en un extraño oasis en medio de esta tierra desértica, y disfruté de la insólita visión de las altas palmeras, de la cálida sensación de pisar la arena en la orilla de una poza junto a la que me arrodillé para empapar mi cara y el cabello en sustitución del baño. En el aire flotaba ya un olor a café nuevo y huevos revueltos que el cocinero comenzó a preparar cuando los demás aún dormíamos. Desayunamos mirando levantarse a un frío sol que todavía no penetraba en el cañón, pero que tan sólo verlo nos calentaba el ánimo. Después, iniciamos el tramo final, luego de que el día anterior cabalgamos cinco horas en mula para bajar al lecho de esta grieta en la montaña, del objetivo que nos había traído hasta este rincón del desierto de El Vizcaíno: las milenarias pinturas rupestres de la Sierra de San Francisco.

Cueva de las flechas Antiquísimo arteEl recorrido está bien planeado y los guías lo desarrollan de menos a más. Nos calzamos de nuevo las polainas de cuero que protegen del tobillo a la rodilla, zona favorita de las cascabeles, y ya nada de montar bestias, a caminar, a escalar, a subir y bajar laderas pedregosas para alcanzar el primer vestigio escondido en un recoveco del cañón. Así llegamos frente a una roca donde hay petroglifos aún sin descifrar. Es poco conocida y, como aún no tiene nombre oficial, le llaman la “Piedra de Chuy”, porque Jesús se llama el guía que la descubrió hace apenas unos años. Las muescas en la piedra, que no contiene ninguna figura específica, se convierten en un juego para ejercitar la imaginación, donde uno verá lo que quiera ver: peces, pulpos, tortugas, caballos y sexos de hombre y mujer parecen estar contenidos. De ahí nos encaminamos a la Cueva del Músico, a la que llegamos agitados luego de escalar otra ladera. Más que caverna, es una hendidura en la montaña con pocos metros de profundidad, donde en el techo observamos las primeras pinturas rupestres. Se trata de una docena de figuras humanoides, todas rojas y con un solo brazo, dibujadas en una losa plana. Sobre ellas, alguien trazó una cuadrícula blanca a manera de pentagrama y de ahí su nombre, porque no aparece ningún instrumento musical en el mural.

Cueva de San Julio En este lado del cañón aún no pega el sol, lo que lo convierte en un rincón refrescante. Después seguiría un trecho más duro. Regresamos al fondo de la cañada y caminamos sobre el lecho del río, para posteriormente escalar un pequeño pero empinado tramo que nos lleva a la Boca de San Julio. En este recoveco del cerro, las pinturas también se encuentran en el techo. La escena representa una jornada de cacería, con tres grandes venados rojos con la panza negra y otros similares más pequeños. Ya con los rayos solares encima, nos sentamos un rato a contemplar la obra cuya hechura data de entre diez mil y once mil años. Regresamos al campamento a la una de la tarde, con la frustración de no habernos podido sumergir en una poza que encontramos en el camino, donde ya varias serpientes nadaban despreocupadamente. Comemos bajo la sombra de un árbol y a las dos y media emprendemos de nuevo la caminata para llegar al plato fuerte de estos testimonios pictóricos.

Cueva la Pintada El gran muralLa Pintada es como una larga herida en la ladera de la cañada, donde los nómadas que por aquí se estacionaron al encontrar estos extraños oasis, plasmaron lo que más les llamaba la atención de su entorno. Con pigmentos minerales amarillos, rojos y negros legaron una profusa descripción de su mundo cotidiano, mágico y religioso. En esta zona del centro de la península de Baja California hay pinturas rupestres diseminadas en doce mil kilómetros cuadrados, pero La Pintada es el mural más grande e importante de todos. Es una prolongada sucesión de figuras en pared y techo donde aparecen hombres con tocados de una o tres puntas, mujeres y animales como venados, borrego cimarrón, liebres, conejos, pumas, zopilotes, codornices, peces, tortugas, lobos marinos y hasta ballenas. También hay escenas de caza y de peleas entre un venado y un borrego cimarrón.
La segunda cueva en importancia es Las Flechas, localizada enfrente, en la pared contraria de la cañada, por lo que hay que descender al fondo y subir del lado contrario, en la escalada más difícil de todas. Pero vale la pena. Es un mural muy bello del que queda la duda si narra otra cacería o un combate entre guerreros mitad rojos y mitad negros unos, y otros totalmente rojos, cuyos líderes portan tocados. Los hombres rojos están atravesados por varias flechas y atrás de cada uno, a la altura de sus oídos, hay hombrecitos rojos de cabeza. Admirando todos esos trazos milenarios, se nos va la tarde. Poco antes del oscurecer retornamos a la base, listos para cenar y gozar de nuevo de las maravillas del cielo nocturno. Mañana montaremos otra vez durante cinco horas para salir del cañón y regresar a Guerrero Negro.
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PINTURAS RUPESTRES DE LA SIERRA SAN FRANCISCO BCS



Estudios en laboratorio aportan nueva información acerca de la antigüedad de los grandes murales de Baja Califor nia Sur. Investigaciones efectuadas en la Universidad de Arizona con muestras de pintura rupestre procedentes de los sitios San Gregorio II y Cueva de la Palma, ambos ubicados en los márgenes del Arroyo de San Gregorio, en la vertiente nororiental de la Sierra de San Francisco, Baja California Sur, han arrojado información relativa a la antigüedad de los murales ahí localizados, explorados durante los años 1992-1994 por María de la Luz Gutiérrez del INAH.
La antigüedad estimada con el empleo de radiocarbono para el sitio San Gregorio II se ubica dentro del rango de 1410-1030 años antes de nuestra era, en tanto que la del segundo sitio, Cueva de la Palma, es de 1690-1410 años antes de Cristo. Las muestras, obtenidas durante los trabajos arqueológicos corres-pondientes al proyecto especial de arqueología, arte rupestre de la Baja California Sur, fueron tomadas por Erle Nelson, catedrático de la Universidad Simon Fraser, de Canadá y procesadas en el laboratorio por Alan Watchman, investigador de la Universidad James Cook, de Australia.
Ambos especialistas son reconocidos en todo el orbe por sus trabajos de fechamiento de materiales arqueológicos mediante el empleo del método AMS (Acceleration Mass Spectrometry).Dicho método requiere una mínima cantidad de muestra. Teóricamente, éste es un método de óptima aplicación para el fechamiento directo de pintura rupestre; sin embargo, en términos prácticos, la obtención de fechas "confiables" precisa de un cuidadoso y sistemático procedimiento que involucra, entre otras cosas, la previa valoración, por parte de un experto, del panel del que se tomará la muestra para evitar riesgos de contaminación así como el carbón fechable y la identificación del origen de dicho material, esto es, que el carbón fechado esté realmente asociado al evento pictórico.
De este modo, dicho método está aún lejos de poder ser considerado rutinario y confiable en la totalidad de los casos; no obstante, cuando se cumplen los requisitos relativos a una cuidadosa selección y toma de muestra y se cuenta con la suerte de que está presente un alto grado de pureza, los problemas asociados principalmente con el origen del carbón pueden ser minimizados e incluso eliminados, como fue el caso de las muestras sudbajacalifornianas. La razón por la cual estas muestras se procesaron recientemente, cuatro años después de que finalizara el proyecto especial de arqueología; Arte rupestre de Baja California Sur en su etapa de trabajo en campo, obedece en gran parte a las dificultades que han sido citadas anteriormente.
En estos términos se decidió esperar un tiempo razonable para que los innovadores del método AMS, en aquellos años (1992-1994) de muy reciente aplicación en el fechamiento de pintura rupestre, perfeccionaran sus procedimientos.Cabe destacar que una de las contribuciones más importantes del proyecto especial de arqueología, pintura rupestre de Baja California Sur, ha sido el aporte de nueva información relacionada con la ocupación humana en épocas prehistóricas en la parte central de la península de Baja California y, específicamente, con el fenómeno pictórico Gran Mural de la Sierra de San Francisco.
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Belleza en la roca




En Baja California Sur se encuentran varias cuevas en las que existe este tipo de pintura en las Sierras de San Francisco, Guadalupe, San Juan y San Borja.

Gracias al texto Historia Natural y Crónica de la Antigua California del historiador Miguel del Barco (UNAM, 1988), se sabe que José Mariano Rothea, misionero en San Ignacio de 1759 a 1768, conocía algunos de los grandes murales rupestres. Este es el dato más antiguo que se posee sobre el conocimiento de las pinturas.

La pintura mural paleolítica sobre cuevas, en las que se representan motivos como seres humanos y animales entre otros, puede ser encontrada en cada uno de los continentes de la Tierra. Aparentemente todos los grupos humanos al pasar por la fase de cazadores recolectores crearon este tipo de trabajo plástico duradero en el que expresan la especial relación que tenían con las criaturas de su entorno y con sus deidades. La pintura rupestre de Baja California Sur es parte de esta tradición. Hay mucho en ella, como son los motivos, materiales y locaciones, que tiene un parecido con trabajos realizados a miles de kilómetros de distancia y a miles de años de diferencia, por ejemplo las pinturas de Altamira en España y Lascaux en Francia.

Se sabe poco sobre los grupos humanos que pintaron estos murales en Baja California Sur, pero toda la evidencia indica que estos pintores formaban parte de distintos grupos establecidos en pequeños territorios. Aún así todas las obras tienen el mismo estilo. El hecho de que todos hayan respetado un mismo estilo nos deja ver que no deseaban representar a su grupo en especial, sino algo que los distintos grupos tenían en común. Es difícil imaginar una fuerza unificadora mayor que la religión, por lo que se cree que estas obras responden a necesidades religiosas.

Aún cuando se parecen al arte rupestre de Europa y África estas pinturas de Baja California Sur poseen un estilo propio.

Las pinturas rupestres, una maravilla de la Sierra de San Francisco




En la extensa zona de la sierra de San Francisco se han localizado más de trescientos sitios considerados de gran importancia por los peculiares rasgos de sus pinturas. Muchos de ellos aún no han sido explorados arqueológicamente, aunque en varios ya se han hecho hallazgos que permiten suponer que algunas de las cuevas y parte de la región se encontraban habitadas por grupos humanos desde hace unos diez mil años, y que la costumbre de pintar en las rocas comenzó hace más o menos tres o cuatro mil años.Uno de los sitios más impresionantes es la cueva La Pintada, por la diversidad y el tamaño de las pinturas. Se ubica en un acantilado, a unos 50 o 60 m sobre el fondo de la cañada, y se extiende por más de 150 m de longitud dentro de un abrigo rocoso, mostrando un extenso mural totalmente decorado con cientos de figuras humanas que portan extraños tocados, llevan los brazos levantados y están agrupados en escenas de caza, en las que incluso se distinguen peces y ballenas.